Esta obra forma parte de una exploración en torno al horizonte como límite incierto entre cielo y tierra, pero también como espacio simbólico de transición. El gesto pictórico se vuelve un intento por alcanzar esa línea que se desplaza, se diluye o desaparece. A través del óleo, los matices se funden en atmósferas densas y brumosas, donde el paisaje aparece y se desvanece al mismo tiempo. El horizonte aquí no se representa: se sugiere, se intuye. Se trata de un umbral entre lo visible y lo imaginado, una frontera que se transforma según la percepción. Esta obra no busca fijar un punto de vista, sino abrir preguntas sobre cómo miramos, cómo ubicamos lo que vemos, y qué lugar ocupa lo incierto en nuestra experiencia del paisaje.

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